
I: Chispa y el escribiente
Historia
El espectro flotaba unos metros por encima de la pequeña hoguera y se esforzaba, una vez más, por explicar las reglas. El portaluz masticaba un trozo de raíz gris dura. La había ablandado al calor del fuego y su sabor ácido se había convertido en algo parecido a la pimienta negra. Para su sorpresa, estaba bastante buena. Interrumpió a su Espectro. "Ya me has explicado cómo funciona esto y ya te he dicho que no me importa", dijo socarrón. "No me gusta ninguno de los nombres que has sugerido. O ambos recibimos nuevos nombres, o nada". El Espectro voló a la altura de sus ojos, su carcasa era de un morado iridiscente que brillaba a la luz del fuego. "Ya he tenido buenos nombres", respondió. "Algunos de ellos me gustaban mucho". El portaluz meneó la cabeza. "Dijiste que yo también había tenido un nombre, pero te niegas a decirme cuál". "No puedo", admitió. El portaluz se quedó en silencio. El Espectro emitió un suspiro eléctrico. "Solo por curiosidad", dijo prudentemente, "¿cómo me llamarías?". "Bueno, eres una luz en la oscuridad", empezó el portaluz, pero se detuvo. De pronto, notó el peso de sus palabras. Desde el principio, ese pequeño Espectro había sido su única razón para seguir. Todos los guardianes que había conocido le daban la espalda, solo tenían interés en culparle por los pecados desconocidos de su pasado, pero ese Espectro tan insoportablemente sincero lo había curado una y otra vez. Lo cuidaba, le daba ánimos y tenía una inexplicable fe en él. Le mostraba compasión. A veces, cuando despertaba con un nudo de ansiedad en el pecho, el Espectro se posaba sobre él y le tarareaba hasta que se volvía a dormir. El portaluz respiró profundamente, se puso serio y añadió: "Por eso, te llamaré Chispa". El Espectro protestó ofendido, se contrajo en el aire y cayó al suelo boca abajo, sobre un montón de hojas secas. El portaluz sonrió. "Parece que no te gusta, Chispa". El Espectro emitió un leve pitido y rodó sobre las hojas con un movimiento perezoso. Bajó la intensidad de sus luces. "Es terrible", declaró finalmente. "Qué exigente", el portaluz respondió. "Muy bien. Puedo hacerlo mejor". El espectro volvió a flotar con cautela. "¿Y qué tal Rayito?", preguntó. "¿Flash? ¿O Glint?". "¿Glint?" Una secuencia de colores intensos recorrió los ojos del Espectro. Normalmente, esto ocurre cuando calcula el complejo comportamiento del enemigo, los resultados de combate, o cuando está trazando todas las posibles trayectorias de cientos de balas. "¡Me gusta Glint!". El portaluz se puso de pie junto al fuego y se inclinó. "Es un honor conocerte, maestro Glint". Extendió un dedo y simuló estrechar la mano del Espectro tocando una de sus puntas. Lo absurdo del gesto divirtió al Espectro. "Ahora que tienes un nombre," dijo el portaluz, "puede que esté más receptivo a encontrar uno para mí". Glint bajó en el aire, reconociendo el progreso de su compañero. Esa noche, apagaron la hoguera más temprano de lo habitual. A la mañana siguiente, una titán que pasaba por ahí vio al portaluz de Glint sin su casco. Sin piedad, le propinó una paliza con su martillo ardiente. Le rompió la clavícula y le hizo añicos la pelvis. Murió horas después, a causa de una hemorragia interna. Glint lo resucitó y viajaron en silencio durante un largo rato.

II: Identidad
Historia
Las tuberías de éter tintinearon cuando el recién llegado entró en la guarida de la Araña. Entró con paso vacilante. Sus ojos dorados examinaban la habitación con inquietud. Llevaba las ropas de un traidor. Una mortaja funeraria de color blanco le cubría los hombros, que parecían encorvados por el peso de una gran carga. Estaba hambriento y desnutrido, destrozado por la crueldad de un rostro que no conocía, pero que otros despreciaban. Por "compasión" le habían ofrecido un espacio para descansar, un mínimo de privacidad entre las tuberías. La Araña, con una mano en la boca, se inclinó tanto hacia delante que su trono se hundió en el suelo. "¿Nada?", preguntó a uno de sus lugartenientes, que negó con la cabeza sin decir nada. "¿Seguro? ¿No es solo una artimaña?", dijo agitando una mano en el aire. El silencio con el que le respondieron fue como una rotunda afirmación. "Fascinante". La Araña se deslizó por su trono con un resoplido. Aterrizó en el suelo con una sorprendente gracilidad, pero caminaba con paso torpe, una debilidad fingida. Ordenó a su lugarteniente que se retirara con un gesto y se dirigió al almacén. Las tuberías hacían un poco menos de ruido allí. Sentado en el suelo, envuelto en su mortaja harapienta, el antiguo príncipe Uldren Sov alzó la mirada hacia la amplia sombra que la Araña proyectaba en la puerta. Se puso en pie y se inclinó en una reverencia. "Barón", dijo erróneamente, sin saber que la Araña no ostentaba ese título ni era el cabecilla de ninguna Casa. La Araña respondió con una carcajada petulante. "Tienes el aspecto de la suela de una bota de escoria", señaló la Araña mientras avanzaba por la habitación con un silencio que traicionaba su postura encorvada y su andar renqueante. Su invitado, nada menos que un portaluz, miró a su Espectro en un momento de incertidumbre. "Hemos tenido días mejores", respondió el Espectro. La Araña se abstuvo de criticar la intromisión del Espectro y lo ignoró. Mis chicos dicen que te encontraron a la deriva en el espacio, y que tu nave se topó con unos… escombros", continuó la Araña. "Qué generosos han sido al… rescatarte". La Araña paseaba de un lado a otro y sus ojos azules brillaban en la penumbra. Intentó analizar el lenguaje no verbal del portaluz, su expresión, e incluso algo tan íntimo y sutil como su olor. "¿Cuánto tiempo estuviste ahí arriba, en el vacío, muriendo y renaciendo?". El portaluz se encogió de hombros y desvió sus ojos dorados al recordarlo. "Lo bastante como para entender cómo es la eternidad, y para saber que nunca escaparía sin…" miró a la Araña, al brillo de esos ojos inyectados en éter. "Sin ayuda". "Así soy yo", dijo la Araña alegremente, "siempre ayudando". Ahora que estaba seguro de que el portaluz no lo había reconocido, la Araña se acercó y examinó a su invitado. "No me has dicho cómo te llamas", añadió, como última comprobación. El portaluz no sabía cómo responder. Su Espectro también estaba en silencio. "No tengo nombre". La Araña se contuvo para no estallar en carcajadas. "Bueno, eso no está bien", dijo la Araña mientras le ponía una mano en el hombro. "Eso no puede ser. No pienso tener a alguien a mi cargo…", y enfatizó con prudencia esa palabra, "sin un nombre adecuado". Con malicia, la Araña se acercó y sugirió: "¿Y si probamos uno? Solo durante un rato. Tú y yo". Bajó la voz y susurró: "¿Qué te parece Cuervo?". El portaluz no pareció reconocerlo. La mirada de la Araña se iluminó con la intención de un depredador.

III: Un gesto de amabilidad
Historia
La hechicera podía con las bestias de guerra. Los cabal legionarios eran lo bastante lentos como para matarlos a plena luz del día. Incluso el enorme centurión, una vez solo, sería fácil de eliminar. Pero había tres psiónicos en el risco con sus fusiles apuntando a su posición y, si abandonaba la protección de su roca, la matarían. Druis se arrodilló en la áspera arena roja y maldijo entre dientes. No había anticipado tanta oposición. No tenía energía para teletransportarse. Salir de esto iba a ser doloroso. Respiró profundamente, formó una granada de vacío en su mano y… Hubo una explosión en algún lugar del risco. No identificó el estallido de ozono de los fusiles de postas cabal, sino el dulce crujido de la pólvora negra de toda la vida. El centurión gritaba órdenes a los legionarios, pero el pánico se extendió rápidamente. Druis oyó sus gritos guturales tras una nueva explosión que silenció a las bestias de guerra. Los disparos se acercaban, el centurión bramó y, luego, nada. Druis se asomó prudentemente tras su roca. El escuadrón cabal yacía despedazado por el barranco. Los restos de los psiónicos cubrían el risco. Un humo espeso y el olor a petróleo impregnaban el aire. De entre los cuerpos, emergió la silueta de un cazador solitario. Enfundó su arma y pasó por encima de un cadáver. Caminó con agilidad y movimientos calculados. Era grácil, para ser un cazador. Druis abandonó su escondite y levantó una mano para saludar. "¡Eh, guardián!", dijo. "¡Gracias por tu ayuda! Soy Druis, me acabas de ahorrar un montón de problemas." La cara del cazador estaba oculta por el casco. Hizo un gesto con indiferencia y se arrodilló para examinar el arma del centurión. Ahora que estaba de pie, Druis se dio cuenta de que ella era mucho más alta que el cazador. Seguramente, cualquiera parece alto cuando se le mira encogido desde detrás de una roca. Se quitó el casco y sintió el aire fresco en su piel azul. Su melena oscura cayó sobre sus hombros. Clavó su mirada dorada en el cazador y volvió a sonreír. "Me inscribí a una simple tarea de rescate", dijo. "Había que teletransportar algunos suministros a la Ciudad. He tenido un terrible dolor de cabeza toda la mañana y no quería problemas". El cazador asintió sin mirarla y arrancó un catalizador chispeante de un fusil de postas. Druis rio. "Vale", dijo, empujando con su bota el cuerpo de un legionario. "No hace falta hablar cuando se te da tan bien disparar". El cazador se detuvo y se incorporó para mirarla. "Yo soy… Me llaman Cuervo", dijo, "y me alegro de haber ayudado". La voz del cazador era suave y refinada, y aunque tenía un toque un tanto frío, era amistosa. "Yo sí que me alegro", dijo Druis. "Lo que faltaba era que me resucitaran con este dolor de cabeza. Se lo dije a los cabal, pero no me hicieron ni caso. Qué maleducados". El Cuervo se rio. "Lo entiendo. Después de resucitar, me siento mal durante horas". Se giró para buscar más armas cabal y algo llamó la atención de la hechicera. Soltó un grito ahogado y el cazador alzó la vista. "¡Vaya!", exclamó Druis señalando su brazo. "Eres insomne del Arrecife, ¿no? ¡Yo soy terrícola, pero tú y yo tenemos un pasado común!". El Cuervo bajó la vista. Una tira de cuero se había desprendido de su guantelete y debajo se podía ver claramente su piel de insomne, de un color azul grisáceo. Cuando alzó la vista, Druis ya se había acercado dando dos rápidas zancadas. Puso la mano sobre su arma, pero la hechicera le dio una palmada en el hombro. "Me lo habías parecido, por tu voz y tus movimientos". La alta mujer lo miraba con alegre curiosidad. Cuervo permaneció en silencio. Druis habría deseado ver la cara del cazador. Para su sorpresa, el rastreador de su cinturón emitió una señal. "Por fin, buenas noticias", dijo. "Estamos justo en las coordenadas de los suministros que necesito". Escaneó la zona y encontró la diminuta nave de suministros medio bloqueada por unas rocas. "Como me has ayudado a evitar que los cabal se hicieran con el cargamento, creo que te mereces una parte". "No hace falta", dijo Cuervo. Se movió y ocultó su brazo expuesto tras su espalda. Druis notó que parecía un tanto incómodo. "No he dicho que haga falta. Solo es un gesto de amabilidad entre dos insomnes. Será rápido", contestó. Se sumergió en la bodega polvorienta de la nave y encontró las cajas de suministros. En sus paneles parpadeaban tenues luces rojas. Los sellos de seguridad se habían roto hacía tiempo. Abrió la más cercana y la encontró llena de botellas mugrientas. El líquido todavía desprendía un sutil brillo naranja. Descorchó una, la limpió con su ropa y tomó un sorbo. Sabía a miel y sal, y el dulzor picante le causó una sensación de ardor en la garganta. "¡Bingo!", exclamó Druis mientras salía de la nave con la botella en la mano, pero el cazador ya no estaba. Druis puso la botella sobre una piedra y se sentó. No esperaba que su compañero volviera, pero esperó mientras limpiaba distraídamente la sangre seca de su túnica. Finalmente, suspiró y cogió la bebida. "Por Cuervo", se encogió de hombros.

IV: Saturno
Historia
Al principio, no les tenía miedo a los repudiados. Queriendo evitar los balazos, Cuervo había matado algunos desde la distancia cuando se los encontraba en campo abierto. Glint le había dicho que tenían alguna relación con los elixni, lo cual tenía sentido: se movían como elixni, pero no se quedaban muertos. El barón contactó con Cuervo inmediatamente después de que el equipo de incursión atacara uno de sus almacenes. Dijo que los repudiados eran "malos para el negocio", pero Cuervo pudo notar por el contenido jadeo de su benefactor que lo que quería era vengarse. Cuervo era sigiloso y prudente, pero los repudiados lo olían, o lo sentían de alguna forma. Se vio obligado a adentrarse en su territorio, abriéndose paso a través de las naves soldadas mientras huía de las criaturas que lo buscaban. Lo habían acorralado en una nave abandonada con una sola salida. Entonces, empezaron a entrar, y Cuervo descubrió que prefería cargárselos a cientos de metros de distancia. Los repudiados eran carne podrida embutida en metal, tenían el cuerpo cubierto de cicatrices y forúnculos, colgajos deformes de músculos fijados toscamente, y llevaban jirones de tela marrón metidos en las cuencas goteantes. Cuervo recargó su revólver y se cargó a tres de los más pequeños. Sus cascos eran más delgados, o su estructura ósea más débil. De cualquier manera, bastó con un solo disparo. El aire se llenó del olor agrio de las heridas purulentas que tenían bajo el latón. Cuervo escuchó el ruido de unas cadenas contra el metal a su izquierda y se dio la vuelta. Una forma corpulenta se abría paso por un hueco en el casco de la nave. Cuervo disparó. Algunas de las pústulas azules que cubrían el hombro de la criatura se abrieron de golpe. Un tenue gas brotó de la herida y lo impregnó todo del olor agrio a disolvente. Llenó a la criatura de balazos y tapó el túnel con su cuerpo. Dos acechadores saltaron por un hueco para flanquearlo. Él retrocedió y recargó su arma, consciente de que lo estaban forzando a avanzar hacia el interior de la nave. Alcanzó a ver un incensario en llamas y se agachó para esquivarlo, pero le golpeó justo en la sien. Le retumbaron los oídos y su revólver cayó estrepitosamente contra el suelo. Los acechadores exclamaron con emoción y algo lo atacó. Era uno de los saqueadores, con sus cuatro ásperos brazos unidos con correas pútridas. Forcejeó y sintió cómo las correas de cuero se retorcían y crujían. Estaban cubiertos de linfa reseca. El saqueador estaba encima de él, aullando bajo su máscara facial, sujetándolo contra el suelo con sus brazos superiores mientras los inferiores intentaban alzar un fusil para disparar. Una garra dentada atravesó la mejilla de Cuervo. Se retorció y pateó al saqueador. Apartó el fusil de su cara, y apuntó con él a los acechadores. Tanteó sin ver hasta que sus dedos encontraron el gatillo. La ráfaga impactó contra los acechadores, que cayeron entre chillidos. El saqueador rugió, le arrancó el fusil de las manos a Cuervo y lo lanzó lejos. Liberado del arma, sus frenéticos brazos inferiores despellejaron el estómago de Cuervo. Sintió cómo las garras se enganchaban en sus entrañas y luego, todo había terminado. Su cintura estaba cubierta de sangre. Mientras murmuraba con furia, lo acercó a sus dientes deformes. Por debajo de la máscara facial, caía un reguero de una mucosidad fina desde la boca de la criatura hasta la cara de Cuervo. Entonces, se dio cuenta de que la criatura estaba hablando. Hubo un largo momento de horror seguido de otro de pura repulsión. Una cosa era ser descuartizado por una criatura enloquecida, pero eso no lo permitiría. Cuervo sintió cómo la Luz lo rodeaba con más fuerza que los brazos del saqueador. Apartó a la criatura de una patada y su estómago desgarrado se sacudió. Los brazos del saqueador se cerraron en el aire. Alzó la mirada con furia mientras la forma cambiante de Cuervo caía. Cuervo se sujetó a la cubierta de la nave oxidada con una mano. La Luz salía de su cuerpo como vapor. Un cuchillo, pensó, y parte de la energía que se disipaba se convirtió en un cuchillo en su mano. Se puso de pie. El saqueador cargó hacia delante, sus garras arañaban el suelo mientras galopaba hacia él. Cuervo hizo una finta a la izquierda y lanzó su brazo contra su cuerpo, atravesándolo. Luego, soltó el cuchillo y aterrizó de rodillas. La hoja estaba clavada en el pecho de la criatura, se había convertido en Luz y la criatura se había convertido en llamas. El humo era puro; las cenizas, limpias. La Luz era el arma de Cuervo y, mientras salía de la nave, la Luz rugía en su mano una y otra vez, sin parar. La Luz atrajo a Glint hacia Cuervo mientras atravesaba la noche como un pilar de fuego. Y la Luz protegió a Cuervo de la locura, incluso cuando la voz de la criatura resonaba en su mente: "Padrepadrepadrepadrepadre".

V: Theraphosa
Historia
Glint volvió a comprobar sus coordenadas y entró en el almacén subterráneo de la Araña. Se movía vacilante sorteando torres de cajas apiladas, debajo de bobinas colgantes y tubos que borboteaban, sobre virutas de cristal fásico y a través de un conducto del que emanaba un humo color lavanda que oscurecía lo que parecía ser un ópalo cuántico. Pero, como la propiedad privada de un isótopo tan inestable estaba totalmente prohibida, Glint pensó que debía de ser una réplica. Encontró a la Araña trabajando en un banco de consolas, en el centro del almacén. La intrincada serie de corrientes gravitatorias que había en el ambiente hacía que la mercancía se deslizara suavemente. Las oxidadas puertas irisadas se abrían y se cerraban siguiendo las órdenes de la Araña, que dirigía los objetos hacia distintos rincones de su dominio. "Háblame de Cuervo", dijo la Araña sin alzar la vista. Glint se acercó y se vio a sí mismo en un pequeño monitor. Alcanzó a ver una serie de monitores de seguridad (imágenes de pasillos de la Costa Enredada, un extraño taller y la habitación de Cuervo) antes de que la Araña apagara rápidamente los monitores y se girara para mirarlo. "¿Cómo le va a nuestro amigo sobre el terreno?". "Bastante bien", respondió Glint. "Se siente más seguro, pero…". "Bien", dijo la Araña con desdén. Cogió un trozo de serafita que se desplazaba con la corriente de aire, lo miró y lo volvió a colocar en el mismo lugar. "¿Alguien se lo ha dicho?". Glint no tuvo que pedirle que lo aclarara. "No directamente. Sabe que no era una buena persona, lo dedujo por los guardianes que lo mataron, pero no ha oído su antiguo nombre". La Araña se mostró satisfecho. "¿Y no ha habido ninguna indiscreción?". El ojo de Glint parpadeó e hizo un ruido de procesamiento casi imperceptible. La Araña se inclinó. "¿Tienes algo que decirme?". "Bueno, pues tiene su gracia", dijo Glint. "Se encontró con una hechicera que lo identificó como insomne y…". "¿Lo han reconocido?", gritó la Araña golpeando el costado de una caja que pasaba flotando. Desde su interior, resonaron unos gimoteos. Glint la miró mientras se alejaba flotando. "No", dijo Glint. "Ella vio su piel bajo el guantelete. Me dijo que no quería exponerse más, así que se fue". "Entonces está mintiendo, Glint. Incluso a ti". La luz de los ojos de la Araña parecía apagarse. Se rascó irritadamente el costado con uno de sus brazos inferiores. "Es cuestión de tiempo", dijo Glint pausadamente. "La gente habla a sus espaldas. Hay rumores de que un tal Chalco lo anda siguiendo. Ha oído cómo los repudiados lo llamaban padre. Tarde o temprano, se enterará". "Por algo establecí unas reglas". "Seguir las normas va en contra de su naturaleza", dijo Glint alegremente. Luego, notó el ceño fruncido de la Araña. "Es frustrante, lo sé. Podría preguntarle cualquier cosa al próximo guardián que vea y yo no podría impedirlo". La Araña gruñó. "Lo impedirás". "Pero algún día entenderá que no importa quién fue, sino quién es", dijo Glint. "Mi inversión, eso es lo que es", protestó la Araña. Cuento contigo para recordárselo". Una caja maltrecha pasó flotando y un montón de lumen suelto se arremolinaba en el rayo de gravedad. El pequeño Espectro estaba callado. Flotó inquieto por un momento y, luego, se puso a la altura de los ojos de la Araña. "Barón Araña", dijo Glint respetuosamente, "en su corta nueva vida, Cuervo ha visto mucha crueldad. Ha aprendido lo que es sufrir de verdad". Glint confundió el desprecio de la Araña con un signo de atención y continuó. "Ya no tiene miedo al dolor. Si quieres que se quede, ofrécele algo más que amenazas", dijo amablemente. La Araña miró al impertinente orbe y la rabia brotó en su interior. Pero era demasiado viejo e inteligente. Dejó que la ira pasara por su interior, a su alrededor, flotó en sus oscuras aguas hasta que solo quedó su mirada perdida en la superficie. "Gracias, Glint", dijo tranquilamente. "Te llamaré de nuevo si te necesito". Glint soltó un pitido de orgullo, se inclinó en el aire en señal de respeto y se alejó sorteando montones de objetos de contrabando.

VI: El interruptor de emergencia del fénix
Historia
Los tubos de Éter rechinaban. Cuando el Cuervo regresó del terreno, la Araña se inclinaba en su trono, con la mano en la cabeza. "Barón", Cuervo se dirigió al que tomaba por su benefactor. La Araña levantó la vista y, sin decir nada, le pidió que se acercara con un gesto. Al llegar al trono, Cuervo se arrodilló. "¿De qué hablamos antes de que te fueras?". La pregunta retórica de la Araña cayó como un jarro de agua fría sobre Cuervo. No levantó la vista. Cuando empezó a responder, la Araña lo interrumpió. "No se puede confiar en los guardianes", le recordó la Araña. "Pueden ser útiles y poderosos, pero no se puede confiar en ellos". "Barón, yo creía…". "¡No!", exclamó la Araña. "¡No pensaste! Si hubieras pensado, no te habrías expuesto…". La Araña reprimió su enfado y las palabras se volvieron un gruñido. Se reclinó en su trono. "Has cometido una estupidez". Cuervo mantuvo la cabeza inclinada y los ojos fijos en el suelo. No dijo ni una palabra. Conocía la ira de la Araña, conocía su descontento y su furia. No tenía ninguna intención de lidiar con eso otra vez. "Pero tal vez haya algo de…", la Araña dudó y eligió sus palabras cuidadosamente, "… sabiduría en tu desafío. Los guardianes son un recurso demasiado valioso como para malgastarlo, especialmente en asuntos que sobrepasan nuestra destreza". Solo entonces, Cuervo alzó la vista de manera inquisitiva. Por un momento, sintió un humilde orgullo. Creyó que, quizá, ese acto de desafío hubiera conmovido a la Araña, y que así habría demostrado ser más que un útil portaluz. La Araña extendió una mano. "Tengo una idea para… protegerte". La oferta parecía sincera, aunque la Araña se refería a proteger su inversión y no a Cuervo como persona. "Que venga Glint". El Cuervo se mostró tenso, desvió la mirada, y luego pensó que no volvería a desafiarlo con tanta ligereza. Asintió y Glint apareció a su lado. El Espectro se aferró a Cuervo con nerviosismo y, luego, voló hacia la Araña. "¿Qué necesita?", preguntó Glint. Sin decir nada, la Araña cogió a Glint con una mano. Glint gritó y Cuervo se puso en pie rápidamente. Enseguida, las barracudas de arco de los guardias de la Araña lo rodearon. La Araña emitió un chasquido gutural y cogió una caja de herramientas. Herramientas para abrir las carcasas de los Espectros muertos, que también funcionan con los vivos. "¿Qué estás haciendo?", preguntó Glint aterrorizado. Cuervo estaba congelado, ya había visto antes los castigos de la Araña, pero esto… Era su Espectro. En parte, Cuervo también pensaba que quizá podía estar malinterpretando la situación. Tenía la certeza de que la Araña nunca haría nada que lo perjudicara de forma permanente. Pero, cuando la Araña dejó a Glint paralizado con una herramienta puntiaguda, Cuervo perdió esa certeza. "¡Alto!", gritó Cuervo gritó mientras la Araña encajaba una herramienta plana entre las placas de la carcasa de Glint. "¡No!". Con un golpe seco, la Araña abrió una de las solapas. Luego, miró a Cuervo y cambió de herramienta. "No te preocupes", dijo la Araña con una dulzura que fluyó como hielo por las venas de Cuervo. "Solo estoy haciendo unas modificaciones", dijo, encendiendo un soplete. "Para protegerte mejor… del mundo".

VII: Ala rota
Historia
La carcasa de Glint estaba cubierta de cicatrices de las herramientas de la Araña. "Lo siento mucho". La voz de Cuervo era apenas audible. A pesar de su fuerza como portaluz, sentado en el suelo de su guarida a la luz de una solitaria lámpara, parecía débil. Cuervo mecía a Glint entre sus manos. El ojo del Espectro lo miraba y parpadeaba débilmente. "Lo siento mucho, lo siento". "No pasa nada", Glint no podía culpar a Cuervo. "Creo que estaré bien. La Araña es…", eligió sus palabras cuidadosamente, "… muy hábil modificando la arquitectura de los Espectros". "¡Te ha colocado una bomba dentro!", exclamó Cuervo con la voz rota de furia. "Pero sigo aquí. Contigo", lo tranquilizó Glint. "Y todavía tienes la Luz. Eso es lo que importa". Cuervo miró al techo, no soportaba ver así a su Espectro. En la habitación reinaba el silencio, excepto por el maldito borboteo de las tuberías. "Yo te metí en esto", susurró Cuervo. "Yo lo he provocado". "No tenías elección. No se puede cambiar el pasado", dijo Glint mientras flotaba torpemente fuera de las manos de Cuervo; como un pájaro con un ala rota. "El futuro es lo único que importa". Cuervo se obligó a mirar directamente al ojo parpadeante de Glint. "Mi futuro está a tu lado. Eres lo único que tengo. El único que…". Bajó la voz, temía que la Araña pudiera oírlos. "El único que se preocupa por mí". "No sabrás quién se preocupa por ti hasta que no los conozcas", contestó Glint y se acercó a la cara de Cuervo. "No eres un prisionero", añadió. "Podrías irte. Vivir una vida normal. Sin Luz". Cuervo apretó los dientes. "No", murmuró. "No te abandonaré. Tú nunca lo harías". El Espectro quedó pensativo unos instantes y, luego, se movió de arriba abajo. "Tienes razón", dijo girándose para mirar a su portaluz. Glint flotó y apretó suavemente su carcasa contra la nariz de Cuervo. "Nunca te dejaré". Cuervo puso a Glint en la palma de su mano con delicadeza. "Solo nos tenemos el uno al otro", susurró Cuervo y se acurrucó con Glint. "La Araña nunca nos dejará marchar". "Al menos, estamos juntos".