
Asher: Observación
Historia
Por muy hombre de ciencia que fuera, lo primero que hizo Asher Mir fue dispararle a esa cosa. La pirámide flotaba en la atmósfera de Ío, lo suficientemente cerca como para que un proyectil con la velocidad adecuada le diera de lleno. En lo que parpadeaba dos veces, supo calcular el ángulo de ataque y la masa del proyectil. Asher terminó de montar el cañón de riel antes de que se le enfriara el café. Cargó las bobinas magnéticas, esperó a que el viento se calmara y atacó el flanco de la nave. Contaba con que el proyectil golpeara una barrera cinética o, en el mejor de los casos, con que impactara en la pirámide y causara un daño infinitesimal. Pero, en el momento del impacto, el proyectil se desvaneció. Asher frunció el ceño mientras esbozaba una sonrisa imparable. El brazo de metal chasqueó y zumbó suavemente por sí solo. ¿Tuvo la pirámide la desfachatez de ponerse frente al laboratorio y hacer ese truco de poca monta? Estaba claro que no contaba con toparse con Asher Mir. Preparó otro misil, uno con un espectro de radiación detectable y una señal de radio. Lo disparó hacia la pirámide. Del mismo modo, desapareció antes del impacto y ya no había señales que detectar desde la superficie de Ío. Después lanzó otra carga útil: una estación de retransmisión en miniatura. La disparó desde los mandos de la consola. En el momento en que tocó la pirámide, transmitió un pico de radiación y una señal de radio. Asher sonrió con soberbia. Seguían allí, suspensos en el campo de la pirámide. Invisibles y con la emisión de señales incapacitada, pero físicamente presentes. De momento, no importaba cómo la pirámide fue capaz de hacerlo, aunque la mente se le llenaba de fantasías acerca de la energía del punto cero. Lo que le hizo cavilar fue el porqué: ¿qué les hacía la nave a los proyectiles mientras permanecían suspendidos en el espacio que envolvía su grotesca silueta? ¿Y por qué?

Sloane: Supervisora
Historia
La subcomandante Sloane observaba cómo la pequeña nave de la Vanguardia llena hasta los topes descendía y se acercaba a las olas. "¡Cuidado!", gritó a través del comunicador, y la nave se enderezó. "Lo de ahí abajo es metano líquido. Si eso no te mata, ya se encargará el Leviatán". "Venga ya, qué Leviatán ni qué Leviatón", exclamó la voz del piloto. Era un chaval de la Ciudad de apenas 17 años. "Y si de verdad hay metano, ¿cómo es que no llevas casco ni nada?". Sloane sonrió. No estaba acostumbrada a que le llevaran la contraria. "Porque me hidrato, novato", respondió Sloane antes de cortar la comunicación. Se escuchó el bramido de un queche caído y Sloane fue a la pasarela fuera de la plataforma en cuestión de segundos. Les indicó a los hombres que trabajaban en el muelle que despejaran la zona y se pusieran a cubierto mientras desenfundaba su fusil de explorador e hincaba la rodilla. Los primeros escoria mordieron el polvo antes de tocar suelo, pero los vientos que azotaban los mares desviaron los siguientes disparos. Pensaba que el ejército que se les echaba encima iría a por la lanzadera de carga sobre sus hombres, por lo que se giró para apuntar hacia la nave, cuando descubrió que el objetivo de esas cosas eran en realidad los suministros. Profirió un insulto y saltó la barandilla para aterrizar como el crujir de un trueno. El auricular cobró vida. "Mirador de la Sirena, aquí la nave de abastecimiento Aguijón Viena. Solicitamos permiso para aterrizar". "¡Plataforma cinco, flanco sur!", gritó por encima del clamor de su fusil. "Descargad los suministros y mi equipo se encargará enseguida". Alcanzó a dos escoria más y los motores del queche dejaron de rugir para chirriar. Una endeble descarga de fusil de detención alcanzó la plataforma de aterrizaje del queche cuando impactó. Sloane reunió al equipo. Sin bajas y solo se habían llevado dos cajas con suministros recién llegados. Ordenó al grupo que fueran a la siguiente plataforma de aterrizaje y comenzó a subir las largas escaleras de vuelta a su puesto. No habían atacado cuando cargaban la tecnología de la Edad de Oro para enviarla de vuelta a la Ciudad. Iban a por los suministros. Se marchaban. Alzó la mirada hacia la pirámide que estaba en el cielo y frunció el ceño. La puerta de su despacho se cerró con un siseo. La luz de color azul claro en el panel indicaba que la estancia estaba cerrada herméticamente. Sloane cruzó la habitación para mirar el mar a través del boquete abierto en un lado de su plataforma.

Ana: Desgaste
Historia
Lo había intentado todo. La gran Bray. Un linaje que prometió la salvación. Pero aquello la superaba, iba más allá de su ingenio y arrojo. Rasputín agonizaba en una docena de pantallas vacías esparcidas por todo el centro de mando de Ana. Podía visualizar el código escurriéndose entre sus dedos. La voz de Zavala le zumbaba en el oído, como la bruma en el ambiente, relegada a la profundidad de su mente cual disparos lejanos. La imagen de la onda de distorsión de la pirámide todavía era pura. No se trataba de un ataque. Era una orden. Una perezosa desestimación de los mejores planes que jamás había trazado. No hubo explosiones. Sin sirenas ni chispas espectaculares de electricidad. Nada que combatir o arreglar. Solo un guardián amurallado en silencioso cristal negro e incredulidad. Lo había visto tan claro. Los ojos de Ana seguían a Jinju mientras el Espectro saltaba de consola en consola y unía cadenas de Luz a cada una. Aparcó el frenetismo conforme se acercaba, con cierta pesadumbre. "Ana", la voz de Jinju se tensó manchada por la distorsión. "Creo que lo tengo. La mayor parte, pero no por mucho tiempo". Las palabras se entrecortaban con los lejanos disparos. "¿Qué?", preguntó Ana. Habló primero con un hilo de voz, sin saber qué expresar a medida que procesaba la información. "¡¿Qué?!". Jinju gimió y susurró con exasperación, "Engrama… de escarnio…". "No está preparado". "Ana, ¡ya!". "¡Se volverá loco! No… no puedo". Las ataduras de Luz unidas a Jinju comenzaron a estallar una por una. "¡Es ahora o nunca!". La perspectiva hizo correr a Ana por la habitación. Lanzó una orden al aire y una caja fuerte bajo el suelo se abrió en señal de respuesta. Ana sacó el dodecaedro de la caja y lo colocó frente a Jinju. "¡Hazlo, Jinju!". La carcasa del Espectro cambió de forma para forjar una estructura de conexión antes de que su núcleo estallara en Luz y datos. Una corriente de información pura se introdujo en el engrama y lo llenó de espirales de Luz. "¿Lo has…?". "He hecho lo que he podido". Más allá de las ventanas, rayos de fricción atmosférica arrastraban las llamas a través del cielo mientras los satélites bélicos se desplomaban desde posiciones defensivas en órbitas bajas. Los impactos resonaban en la distancia.

Vance: Canario
Historia
La sonrisa del hermano Vance se desvaneció en cuanto el titán irrumpió en el santuario. El olor era inconfundible: pólvora antigua, aceite quemado, fluido vex chamuscado. El hedor del hierro desgastado por el uso de cientos de vidas. "Tienes la Paradoja Perfecta", dijo Vance con tanta calma como pudo. Extendió las manos. "¿Puedo?". El titán se encogió de hombros antes de desenfundar la escopeta y posarla sobre las manos de Vance. Vance acarició el cañón con los dedos y midió el peso de la culata. "Vaya", dijo. "No es la Paradoja Perfecta original, ¿verdad?". El titán lo miraba confuso. Vance hizo una pausa con la cabeza ladeada antes de continuar. "No has conseguido esta arma en la tumba de San-14, sino por un Teseracto que funciona con fractalina, ¿no es así?". El titán asintió y se quedó un buen rato observando al ciego. "La ha creado el reloj solar", dijo al fin. Los dedos de Vance rodearon el arma. Pesaba, estaba cargada con siete… no, ocho casquillos. Cargador táctico. Conseguirlo no había sido fácil. "¿Y cuántas líneas temporales has conseguido atar a la nuestra para conseguir el arma? ¿Cuántas realidades adicionales soporta ahora nuestro mundo a cambio de esta abominación hueca?". La mente de Vance volaba ante la idea de la infinita red que tiraba de la escopeta. "¿Cuánta fractalina has sacrificado por esto? ¿Cuatrocientos fragmentos?". Guardó silencio, horrorizado. "¿Más?". "Tiene un cañón de trinchera", destacó el titán con amabilidad. "Lárgate de mi santuario", le espetó Vance y dejó la escopeta en el suelo como si se tratara de un animal muerto. "Has acelerado el fin de todas las cosas y ahora debo modificar mis profecías".

Asher: Predicción
Historia
Asher Mir no dejó de farfullar en todo el viaje por Ío. Mientras se abría paso a través de los afloramientos rocosos, maldijo la tierra suelta bajo sus pies, maldijo la enorme mochila, maldijo a los poseídos errantes y maldijo el rebote del fusil Neuroma de silicio contra el hombro. Levantó la mirada hacia la pirámide, que canalizaba sus energías sucias hacia la Cuna y resopló con desprecio. A pesar de lo instruido que era, no le quedaban fuerzas para articular las palabras adecuadas. Era tarde durante lo que podía ser una noche en Ío. Y aunque Asher estaba agotado, siguió sin descanso. Se detuvo una sola vez, unos instantes, para observar un caracol cuyo caparazón formaba pequeños racimos de obeliscos cristalinos negros. Se arrastró por las zonas cavernosas bajo la Cuna. Raíces extrañas sobresalían de las paredes de tierra. Presenció con calma el patrón de un aullador tembloroso y su latido calculado guio a un grupo de poseídos rugientes por el camino equivocado. Pasó sin interrupciones. Eris se encontraba en su exiguo campamento junto a las retorcidas raíces del enorme árbol. Se arrodilló cerca de un haz de luz que venía desde muy arriba y que se filtraba a través de la médula del árbol para bañar un brote antinatural de pétalos de cámbium. Asher se percató del olor a savia y aceite de cocina quemado. Decía que le alegraba verlo; aunque por las preguntas para averiguar por qué había traído los suministros, no sonaba muy contenta ante la inesperada visita. Conforme Asher sacaba lo que le había traído, Eris le hablaba del árbol, de los mensajes, de los susurros. La emocionante lucha por descubrirle el rostro a lo desconocido, aunque lo desconocido trate de matarte. Sonreía al hablar. Asher entendía perfectamente lo que quería decir. Estaba descansando junto al fuego. Sobre una pequeña mesa, no muy lejos, había muestras de quitina de la colmena, cortezas del árbol, tierra cenicienta y un cuaderno abierto que resultó ser un diario. Asher lo cerró al instante, sobresaltado. Volvió a meter la mano en la mochila. Sacó una botella de licor dorado (de cuando un ignorante supino entendió mal su pedido de alcohol isopropílico) y la colocó sobre la mesa. Había traído dos vasos limpios, apartados en una esquina de la caja cuadrada dentro de un gran cilindro graduado. Sacó uno y lo colocó con suavidad junto a la botella. Asher se aclaró la voz, se volvió a atar las botas, se puso en pie y se llevó la mochila a los hombros. "Lo tienes todo bajo control, ¿verdad?", le dijo a Eris. "Desde luego", respondió ella, concentrada en el haz de luz giratorio. Asher cambió el peso del cuerpo al pie contrario y emitió un sonido gutural. "Dime que las cosas se resolverán", dijo sin rodeos. Eris alzó la mirada y la dirigió hacia aquel hombre, pensativa. "Haré todo lo que esté en mi mano", contestó. Asher asintió e inició su largo viaje de vuelta.

Sloane: Rompeolas
Historia
La subcomandante Sloane estaba con un humor de perros y la pobre Amanda Holliday no tenía ni idea. Las olas de Titán chocaban implacables contra los enormes puntales de soporte del Mirador de la Sirena. Si las cosas hubiesen sido diferentes, una tripulación estaría allí abajo en ese momento, balanceándose entre las patas gigantescas y trabajando para reparar y estabilizar. Pero así estaban las cosas. "No te compliques y añade una viga para reforzar", dijo Amanda. "Para mí sí es complicado", respondió Sloane. Si bien había construido algunos muros, Amanda tenía una experiencia de ingeniería envidiable a la que recurrir, aunque saltaba a la vista que su fuerte no era enseñar. El holograma de Amanda sorbió los fideos. "¿Cuánto quieres que aguante?". "Lo suficiente para sacármelo de la cabeza", contestó Sloane. "Desde que empezó a tambalearse, ni siquiera he tenido tiempo de pensar en la pirámide". "¡Míralo por el lado bueno!", dijo Amanda. Sloane se acarició el áspero cabello. "Hazme caso", se quejó Amanda. "Estás en medio de un caos hecho de tecnología de la Edad de Oro en Titán. Seguro que hay por ahí algún engrama con un puente". Sloane se quedó mirándola sin expresión. Es probable que fuera cierto, pero la subcomandante no tenía tiempo de buscar tecnología perdida. "¡Construye un rompeolas! Con tetrápodos atornillados a los puntales, o mejor: alguna estructura más adentrada en el mar que rompa las olas antes de que lleguen". "Si no puedes con el problema cuando lo tienes encima, adelántate y sal a darle duro antes de que llegue. ¡Mira, así!". Amanda se inclinó para hacer algo con el bol de fideos que Sloane, obviamente, no podía ver. "No estás mirando", dijo Amanda antes de inclinar el bol lo suficiente como para derramar caldo sobre el escritorio. Estalló en carcajadas. "Voy a colgar", dijo Sloane y, tras despedirse con la mano ante el semblante melodramático de Amanda, Sloane cumplió con lo dicho. El holograma se desvaneció y dejó a Sloane en la oscuridad. Se quedó allí un buen rato.

Ana: Física
Historia
Zavala preparó dos vasos y observaba el rostro de Ana mientras los llenaba con un líquido de aspecto aterciopelado. Ella no apartaba la mirada de los puntitos sobre el escritorio que, para quien no prestara atención, se desvanecían contra el amplio lienzo de madera y dejaban de distinguirse unos de otros. El Viajero flotaba tras él, entre una nube que se oscurecía en el cielo. "No me puedo creer que hayamos perdido", dijo. "No hemos perdido". Zavala le acercó un vaso a Ana. "Me quedé paralizada. No sé aún qué hemos conseguido, si es que hemos conseguido algo", dijo. "No es fácil actuar ante la posibilidad del fracaso. La perspectiva de futuro es lo que no debemos olvidar". Ana fulminó con la mirada a Zavala. "Nada de lo que hacemos es tarea fácil, pero eso se da por sentado, ¿no? Ha sido una prueba estresante y he fallado". "Ten fe, Ana. Tú misma me recordaste que solemos obcecarnos con dudas sobre fracasos del pasado. Sin ti, la Ciudad sería cenizas y escombros desde hace mucho tiempo". Ana agarró el vaso con una mano y respiró el aroma del licor. Arrugó la nariz y volvió a dejarlo sobre la mesa. "Me confiaste la misión. Rasputín era mi responsabilidad". "Sí, y lo sigue siendo. Una responsabilidad para más adelante", le respondió Zavala antes de darle un sorbo a la bebida. "Ahora tenemos otro asunto, Eris necesita nuestra ayuda". "Dime que no es el fin". "Cuando Cayde falleció, interpreté la fractura de la Vanguardia como el camino a un fracaso inminente. Jamás podremos llenar su hueco. Y no me vi capaz de asumir el liderazgo sin… su forma única de ver las cosas. Resulta que su vida no era más que una en un sinfín de decisiones". "Zavala, no creo que…". "Tranquila, no voy a pedirte que asumas el puesto. A menos que hayas matado a Cayde y nos hayamos equivocado de persona todo este tiempo". "Si fuera así, ¿me perdonarías?". "Lo entendería", dijo con una sonrisa. "Ikora me dijo entonces que un objeto en movimiento no para. Siempre he admirado la frase, pero ahora veo que no siempre funciona". Ana negó con la cabeza: "Es física". "Un aspecto fundamental de la vida". Veía cómo los ánimos de Ana iban mejorando a medida que procesaba la conversación. "Encontraremos todos los puntos de apoyo posibles y haremos cuanto podamos con lo que tenemos". Ana asintió. "¿Qué ha pasado con el pájaro de Cayde?". Zavala suspiró. "Creo que San lo ha bautizado como una especie de 'Señor de las palomas'". La rígida mandíbula de Ana se fundió en una sonrisa. "La vida no nos espera, no importa cuánto tiempo la vivamos. Bebe", Zavala se rio entre dientes, con el vaso frente a la cara. "Antes de que el Señor de las palomas nos convoque para atacar las pirámides".

Vance: Auspex
Historia
La melodía sonó clara y concisa. El hermano Vance escuchó, su rostro era un paroxismo de gloria. "Se repite", murmuró para sí mismo mientras la joven hechicera abocada a la Fragua Infinita construía sin descanso armas de otros tiempos. Prestó atención por educación, pero no oyó nada. Se volvió a centrar en su trabajo. "¿Por qué nadie se compadece del fénix?". La hechicera alzó la mirada, sorprendida. Vance estaba frente a ella, pero no se había percatado del acercamiento. La pregunta le llegó sin contexto alguno. Parecía como si ambos hubiesen mantenido una conversación previa. "¿Cómo dices?", preguntó la hechicera. "Es verdad que siempre renacerá, pero primero tendrá que morir entre llamas", continuó Vance. "Y en cuanto sacude las cenizas de sus plumas, cae de nuevo al fuego". El ciego dio media vuelta y la luz del sol que se colaba en el santuario bañó su rostro. "Y nadie conoce su canción". La hechicera le agradeció a Vance que le permitiera usar la fragua y se puso en pie para marcharse. "Tienes las puertas abiertas", dijo sin girar la cabeza, aunque su sonrisa vacía se había vuelto amable. Señaló con un gesto los tomos y pergaminos sobre el escritorio. "Consulta la profecía que quieras", dijo. "Creo que al fin he terminado mis estudios".

Asher: Conclusión
Historia
Mientras Asher Mir observaba la nave de su asistente entrar en órbita por última vez, cayó en la cuenta de que no había valorado como es debido el trabajo que había realizado. Sopesó durante un instante enviarle una carta, pero había mucha más gente que merecía sus palabras. Y si se dedicaba a ello por orden de prioridad, jamás llegaría a enviarle nada a su asistente. Así que no tendría ningún sentido. En lugar de darle más vueltas, se centró en el Piramidión. Los vex no nacen ni tampoco se crean. El deseo de comprender este enigma llevó a Asher a Ío. Llegó a la conclusión de que la pirámide, con sus extraños recursos y su poder misterioso, habría venido con el mismo propósito. La nave oscura quería hacer suyos los secretos vex. Pero Asher Mir ya había reclamado su derecho y estaba dispuesto a defenderlo. No tardó en presentarse ante las puertas del Piramidión. La seguridad vex respondió tal y como supo que haría, pero estaba preparado. Apiló los cuerpos destrozados en la explanada y se adentró. Se deshizo del primer centenar de vex; después, del segundo. Un minotauro rugió frente a él y Asher le aplastó el núcleo radiolario con el puño de metal. Pasó por encima de sus garras. Se deslizó entre los fluidos blanquecinos y espesos por la coagulación. Asher tragó sangre y continuó su camino. Se detuvo junto a un portal giratorio y observó la irregularidad de las olas, luego cruzó en el único momento posible. Caminaba constantemente a través de rejillas láser que parecían doblarse a su alrededor. Colgaba tranquilamente de un torbellino gravitacional mientras el suelo a sus pies se sacudía y cambiaba con rapidez. Y los vex comenzaron a observar. Los pasillos del Piramidión estaban repletos de brillantes ojos rojos. Los maniquíes metálicos, de pie y en silencio, temblaban curiosos ante el paso de Asher. Un área que conocía muy bien se desplegaba ahora ante él: un sumidero cubista que apestaba con el hedor a barro de pizarra y lejía. Miró allá donde debería haber estado el cielo y avistó otra forma imposible; otra contradicción fractal. Muy por encima, plácido en su vórtice de Penrose, el vasto lago radiolario lamía tranquilamente las costas metálicas. Asher alzó primero el brazo metálico hacia el lago; a continuación, el de carne y hueso. Alzó ambos e hizo descender el lago.

Sloane: Ríastrad
Historia
Tras ver cómo la nave rugía por última vez y abandonaba Titán, la subcomandante Sloane volvió a su despacho y se atavió con la tecnología de la Edad de Oro que había recuperado de la colmena. La pesada fuente de energía le colgaba de los hombros cual bandolera. Se la echó al cuello y se enfundó en el traje, grande y burdo. En cuanto se cubrió la cabeza con la capucha gris, apareció una pantalla ante ella. No entendía el idioma (todavía), pero se decantó por la opción en verde. Tras un silbido, el traje se ajustó a su cuerpo. Todavía pesaba bastante, pero había recuperado libertad de movimiento. Se concentró en su propio brazo y el material se convirtió en gruesas placas blindadas. Era increíble. Intentó crear energía de arco, pero el traje bloqueaba su Luz. O simplemente todavía no sabía cómo hacer que la Luz fluyera a través del traje. Con la mirada, seleccionó primero otra opción y luego lo volvió a hacer para confirmar. No sintió dolor cuando notó que el traje le implantaba un tubo gélido por el costado y este se alojó cerca del estómago. Esto respondió a algunas de sus preguntas. Sloane marchó al exterior dando tumbos. Había tormenta, como si Titán tratara de repeler al invasor que lo sobrevolaba. Sloane se adentró en el vendaval mientras la lluvia le cubría esa segunda piel. Andar le resultaba cada vez más fácil gracias a que el traje se adaptaba a cada paso. Se activó una señal y un lacayo de la colmena se le abalanzó. Lo cogió del cuello y un brazo antes de hacerlo pedazos. Todo ello sin despeinarse. Se rio; pero el traje lo interpretó como un grito de guerra, así que amplificó la risa y la emitió. Resonó contra los contenedores desechados en las plataformas de aterrizaje empapadas y el eco viajó a través del Mirador de la Sirena hasta la pirámide. Los rayos parpadeaban en el cielo a medida que la tormenta se desataba.

Ana: Caja negra
Historia
Ana Bray observaba el colibrí mientras dejaba atrás la Cuenca de Hellas, alejando a quien había creído en ella cuando nadie más lo había hecho. En memoria de las palabras de Zavala, esa fe era un vínculo más fuerte que todas las armas del Estratega juntas. Era la promesa de seguir adelante… una promesa de futuro. Jinju lo llamó "rescate inverso". Ya tenía experiencia construyendo algo nuevo sobre las ruinas de un pasado. El edificio estaba prácticamente vacío. Había enviado todos los equipos que la Torre podía abarcar: todo lo que cupo en un buque de carga entero, lleno hasta reventar. Se giró hacia la enorme cristalera para observar los silenciosos cañones de los satélites bélicos. No había ningún cabal. La muerte enterrada bajo Marte se había calmado. Las subrutinas de las Valquirias que se podían mantener a distancia permanecían activas, por si acaso. Jinju hizo las últimas comprobaciones en la hipernave. Una oscura pirámide se erigía sobre sus cabezas. Un chasis exo experimental seguía amarrado a la compuerta de carga de la nave. Paso a paso.

Vance: Pájaro cantor
Historia
Cuando el hermano Vance se quedó solo en el santuario, reunió sus pocas pertenencias y salió a la superficie de Mercurio. No tardó en dar con la entrada al Bosque Infinito, como si hubiese practicado mentalmente el viaje sin descanso. Y así era. Pero esta vez, se adentró en él. El bosque aullaba. El vacío vertiginoso lo cogió por sorpresa. Los ecos no tenían sentido. Dio un primer paso en el lugar sagrado y cayó de rodillas vomitando. Luchó con su propia mochila mientras una tempestad le atormentaba los tímpanos. Desenfundó su Simulacro infinito, tan pequeño en aquel inmenso espacio; y, con los dedos temblorosos, lo sincronizó con la frecuencia de la grieta en el bosque. Sonó un tictac parecido a un metrónomo, y entonces… Silencio. El bosque estaba sellado. Con cautela, Vance se abrió paso a través de la enorme piedra en la que se encontraba. A la vez, saltó sin esfuerzo de esta como si ya lo hubiera hecho innumerables veces antes. Al mismo tiempo, se elevó. Se desplazaba en todas direcciones, cayendo, riendo, cantando; por cada camino, hacia cada realidad, difundiendo su mensaje de esperanza. Y el verdadero, el auténtico Vance, sentía a sus paralelos infinitos brotar de él. Sentía que lo sostenían al pasar. Dio las gracias sin articular palabra, incapaz de respirar de alegría, y sintió cien mil manos de consuelo. Se dio cuenta de que estaba llorando. Allí, en la espiral de ecos dorados, el hermano Vance alzó la voz y comenzó a cantar: "Some hope for…". Su propia voz respondió desde atrás: "The future". Completó el verso. Vance se abalanzó en su dirección. Reconoció la sensación de su propia capa y las manos se aferraron a la garganta. Su forma se retorció, se tornó fría y afilada al tacto. Tiró a Vance al suelo, pero aguantó. Tanteó con las manos la cara de esa cosa, hasta colarlas bajo la venda de los ojos, y hundió los pulgares. La cosa bramó. Vance pensó, mientras esbozaba una amplia sonrisa, que vaya mala suerte que todavía tuviera ojos.