
Buscando caminos

I. El final de un camino
Historia
Ada-1 oyó el gorjeo de un canal de radio activándose y una voz distorsionada habló: "Tengo controladas las salidas y las entradas. Parece despejado". Atravesó una puerta oxidada que daba a un patio. El viento silbaba entre las ruinas desvencijadas de unas estructuras decrépitas y las gotas de lluvia repicaban en las chapas metálicas que estaban sueltas. Ada-1 recorrió el suelo enfangado hasta el lugar donde había estado la Fragua Bergusia. "Maldición", espetó Ada. Ada movía las manos inquieta y desconcertada ante aquel paisaje desolado. Artemisa-5 estaba apoyada en un pilar y, con su mira telescópica, examinaba puertas y ventanas mientras su Espectro flotaba pacientemente por encima de ella. Los otros dos miembros del séquito de Ada descansaban junto a un muro derruido que había en la parte posterior y la observaban en silencio desde la distancia. Ada se giró para mirarlos, pero solo vio dos cascos indistinguibles. Bajo su pie, algo metálico resonó con estruendo y se agachó para recoger un trozo de aleación de la Armería Negra: un vestigio de la fragua perdida. Artemisa volvió a hablar por la radio. "¿Es tecnología de la Fragua? ¿Alguna idea de qué ha podido pasar?". Ada suspiró y examinó la pieza. "Quemaduras de un cañón calcinante, cortes de un fusil de detención, marcas de rebotes cinéticos". "Es como si fuera el escenario de un combate que hubiera durado años", dijo Artemisa con sarcasmo. "Muy graciosa", respondió Ada secamente. "De aquí no se puede recuperar nada". Respiró profundamente, aunque eso no le servía de nada en su cuerpo de exo. "El sol se está poniendo", observó Artemisa. "Devrim está vigilando a un grupo de saqueadores caídos. Todavía no se dirigen hacia aquí, pero preferiría no arriesgarme. ¿Ya tienes lo que buscabas?". "No", respondió Ada. "Pero no vamos a encontrar mucho más. Esta zona ha sido saqueada a fondo, igual que las demás". "¿Por los caídos?", preguntó Artemisa. "Sin guardianes que pongan orden por aquí, podría haber sido cualquiera". Artemisa hizo una mueca de dolor. "Entiendo cómo te sientes. La Vanguardia tuvo que tomar una decisión difícil y las evacuaciones planetarias tenían prioridad". "Y ahora están conquistando nuevos y emocionantes horizontes, y a mí no me queda nada más que este montón de escombros", dijo Ada con una alegría forzada. Artemisa saltó desde su posición para acercarse a Ada y le puso una mano en el hombro. Los hombros de Ada se hundieron. "Me alegro de que pudieran hacer las evacuaciones. No debería haber…". De pronto, un aullido atravesó el complejo como un escalofrío. Artemisa preparó su fusil y otro miembro del grupo habló por la radio. "Las barracudas han cambiado de rumbo. Tenemos que sacarla de aquí". "¿Estás lista?", preguntó Artemisa. Ada miró el trozo de metal roto, le dio la vuelta y examinó sus bordes dentados. "No lo sé", respondió aferrándose a ese residuo. "Pero no tengo opción".

II. La pérdida
Historia
El silbido del soplete de Ada resonó por el salón de la Armería, en una marea de ruidos discordantes, hasta que la soldadura estuvo completamente sellada. Ada dejó la herramienta a un lado y cogió la pieza de aleación con las dos manos para probar la solidez de la soldadura. Los inductores que tenía en las manos chirriaron por el esfuerzo y, mientras le echaba un vistazo al tomo abierto que había sobre el escritorio, el metal se partió abruptamente. Ada soltó un quejido exasperado y echó otras dos piezas de escombros sobre el montón del suelo. "¿Te has olvidado de medirlo dos veces?", preguntó una voz a sus espaldas. Ada se giró para ver a Hawthorne paseándose por la sala. "Eso es para la carpintería, ¿no?", preguntó Ada. Hawthorne se encogió de hombros. "No conozco ningún chiste sobre soldadores". Con cuidado, pasó por encima de una maraña de cables. "Un espacio de trabajo estupendo, me encanta la decoración". Ada volvió la vista hacia su tomo con intensidad. "¿Necesitas algo?". Hawthorne se rio. "Eso iba a preguntarte yo. Te he oído diciendo tacos desde el piso de arriba". "¿Sabes interpretar planos de la Armería y mecanizar las partes necesarias para montarlos?", preguntó Ada sin levantar la vista. "Pues no", respondió Hawthorne. "¿Y puedes hacer que Zavala deje de preguntarme cuándo volverá a estar operativa la fragua?". Hawthorne resopló. "Menos todavía". Ada pasó rápidamente una página de su tomo. El papel crujió y estuvo a punto de rasgarse. "Entonces, parece que no puedes ayudarme". "¿Por eso haces esto? ¿Órdenes de la Vanguardia?". Ada se llevó un pulgar al pecho. "Las Fraguas son mi legado. Es mi responsabilidad gestionar la operación. Lo que Zavala quiera me trae sin cuidado". Hawthorne se acercó a la estación de trabajo de Ada. "Ayúdame. No conozco mucho la historia de tu ilustre organización. ¿La Armería se creó para que fuera el mayor horno de armas del mundo?". Ada suspiró. "La Armería se fundó para combatir las fuerzas de la Oscuridad, para proteger a la humanidad cuando otros no podían ofrecer protección. Las fraguas no son más que las herramientas que usamos para ello". "Parece un gran plan. Entonces, las pirámides llegaron y, que yo sepa, Marte sigue desaparecido. Igual que Titán y Mercurio". "¿Has venido hasta aquí solo para criticarme?", protestó Ada. "Vale, vale", dijo Hawthorne. "Mira, sé que no somos amigas ni nada parecido. De hecho, no sé si tienes amistades". Ada le lanzó una mirada furiosa. "Vale, lo siento", añadió Hawthorne. "La cosa es que la gente por aquí se llena la boca con eso de anteponer la humanidad a todo, pero luego solo les importan los guardianes". Ada asintió. "La devoción a los portaluces puede parecer un tanto fanática". "Pero tú no eres así, Ada". Ada negó con la cabeza. "Aprecio tus palabras, Suraya, pero no sé qué tiene que ver eso con las fraguas". Hawthorne se apoyó en el escritorio de Ada. "Creo que tu opinión es importante. Quiero que consigas lo que quieres. Pero creo que te aferras demasiado al pasado". Ada resopló irónicamente. "¿Intentas decirme cómo tengo que gestionar el legado de la Armería?". Hawthorne señaló los restos de las fraguas esparcidos por la sala. "Para nada. Pero vuestros fundadores no se levantaron un día con la idea innovadora de las fraguas. Empezaron con un problema para el cual diseñaron una solución de la mejor forma que pudieron". Ada se giró pensativa. "¿Quieres decir que yo estoy empezando por la solución y eso limita mi visión?". "Quiero decir que es difícil desprenderse de todo esto porque es lo único que has conocido". Ada asintió. "Me aterra la idea de abandonar las fraguas". "Lo entiendo", dijo Hawthorne. "Pero los viejos métodos ya no funcionan. Quizá sea el momento de continuar con el legado de los fundadores a tu manera". Ada se quedó en silencio unos instantes. "Tengo que volver al trabajo. Gracias por tus consejos". Extendió la mano para darle un rígido apretón de manos. Hawthorne rio y estrechó la mano de Ada. "Buena suerte. Pero intenta no hacer tanto ruido, ¿vale? Mi pájaro se estresa".

III. La búsqueda
Historia
En el criptario, Ada-1 golpeaba impaciente el suelo con la punta del pie. "Entonces, ¿puedes hacerlo?". Rahool alzó perezosamente la mirada de su tabla de datos y frunció el ceño. "Qué pregunta tan ridícula. Pues claro que puedo. La pregunta es: ¿cuándo tendré tiempo para hacerlo?". Ada inclinó la cabeza. "No sabía que teníamos tiempo para la semántica". "No hay mayor deleite en la vida", respondió secamente Rahool sin dejar de teclear en su dispositivo. "Muy bien. ¿Cuándo crees que tendrás tiempo?". Mmm, Rahool se llevó los dedos a la barbilla. La afluencia de datos de Europa es considerable, además del habitual apoyo armamentístico a los guardianes. Por no hablar de la naturaleza vaga de tu pregunta…". El criptarca movía los ojos de un lado a otro mientras pensaba en la respuesta. "Como mínimo, entre dos y tres semanas". "Eso es ridículo. No puedo esperar tanto tiempo sin hacer nada", protestó Ada. "No me has entendido bien", respondió Rahool. "Yo no te he dicho en qué debes emplear tu tiempo". Ada apoyó las manos sobre el escritorio del criptarca. "Bien, ¿puedo buscarlo yo sola?". Rahool negó con la cabeza. "Solo tienen acceso a los archivos clasificados los guardianes autorizados, el personal de apoyo de la Torre y la Vanguardia. Y tú no estás en ninguno de esos grupos". Ada resopló con sarcasmo. "No digas tonterías. Cada semana veo por aquí al Nómada ojeando estos datos por gusto". "Eso no es… De ningún modo…", tartamudeó Rahool sonrojado. "Te aseguro que nunca se ha producido semejante infracción". Ada cruzó los brazos y Rahool añadió: "Y aunque hubiera ocurrido, un delito no justifica otro delito". Ada se inclinó hacia él. "Entonces, parece que no puedes ayudarme". Rahool se encogió de hombros. "No durante las próximas dos o tres semanas, como mínimo". Ada soltó un gruñido y salió enfadada hacia las imponentes puertas del criptario. El reflejo colorido de la vidriera de la entrada ya se dibujaba en sus hombros cuando Rahool la llamó. "¿Cuáles eran esos nombres que buscabas?", preguntó Rahool. "Henriette Meyrin, Yu Satou y Helga Rasmussen". Al escuchar el último nombre, Rahool arqueó las cejas. "Estás de suerte. Parece que compartimos intereses".

IV. Una mano guía
Historia
Ada se esforzaba por seguirle el paso a su guía elixni, que le hacía señas mientras atravesaban aquel laberinto angular en la penumbra del distrito elixni de la Última Ciudad. Las pequeñas ventanas y puertas abiertas que veía le ofrecían una breve visión de la vida de aquellos nuevos invitados: lavabos llenos de cintas de color morado, tarros de comida inidentificable que tintineaban al chocar entre sí mientras hervían en enormes ollas y padres que hacían rechinar sus mandíbulas mientras sus crías descansaban acurrucadas entre mantas colocadas con cuidado. A lo lejos, unos individuos rodeaban a un sirviente que emitía un leve zumbido. La guía la condujo hacia un sótano. Ada la siguió a través de una cortina de algodón áspera y se detuvo en una habitación húmeda y cálida cubierta con retales de moqueta. El brillo de la Ciudad se colaba por la única ventana y la luz de las velas crepitaba en un amasijo de recipientes de cristal. En el centro de la habitación, había unos futones dispuestos en forma de semicírculo y, allí, un grupo de elixni descansaba escuchando las palabras de un individuo que estaba sentado en el suelo. El aire se llenó de clics guturales y gruñidos graves que sobresaltaron a Ada. Luego, entendió que la función había terminado porque la audiencia se dispersó y su guía le indicó que se sentara junto a la escriba. "Tú eres la que va por ahí haciendo preguntas sobre Europa, ¿no? Y sobre la Casa de la Salvación", preguntó la escriba. "Hablas nuestro idioma extraordinariamente bien", se sorprendió Ada. "Crecí en un ambiente poco habitual", respondió la elixni. "Me llamo Eido. ¿Qué estás buscando, armera?". Ada se sentó en uno de los futones, manteniendo una distancia prudencial con los elixni. "Estoy buscando información sobre las instalaciones de BrayTech en Europa". "¿Y crees que nosotros la tenemos?". "Sé que algunos de los vuestros desertaron de la Casa de la Salvación. Quizá ellos sepan algo". Eido asintió. "Ellos saben muchas cosas". "Una de mis predecesoras, una armera brillante, trabajaba en las instalaciones de BrayTech en Europa… Pero no sé mucho sobre lo que hacía allí". "Ya veo", dijo Eido. "Siempre es por las armas". Ada frunció el ceño. "Vuestra gente también se dedica a la forja de armas". Eido suspiró. "Cierto. Y ahora, sorprendentemente, nuestros arsenales están unidos a la sombra de la Gran Máquina". "Precisamente esa alianza hace que sea todavía más lógico que me ayudes", observó Ada. Eido entrelazó las garras. "No te ayudaré porque no puedo. No he oído nada sobre los fundadores de tu Armería". Ada bajó la mirada. Eido inclinó la cabeza y miró a la exo. "Cuánta angustia. ¿Quizá se trate de algo más que armas, después de todo?". Ada se quedó en silencio unos instantes. "He perdido algo, una parte de mí". Eido asintió solemne. "Tus fraguas, ¿no?". "Mi vida estaba conectada a la Armería, a las fraguas. Sin ellas, siento…". "¿Que no tienes un objetivo?", Eido terminó la frase. Ada negó con la cabeza. "No se trata de… No sé si puedes entenderlo". Eido se rio con un gruñido gutural y un chasquido de dientes. "Nuestra historia está sembrada de estandartes de las Casas perdidas. La mayoría de nosotros hemos ostentado más de un color y nos hemos arrodillado ante numerosos kells, con la esperanza de que cada uno de ellos fuera el último". Se inclinó hacia Ada. "Los elixni entendemos muy bien la fluidez de los objetivos". "La fluidez implica continuación", respondió Ada con un suspiro. "Pero, al parecer, mi camino está llegando a su fin". Más chasquidos resonaron en las mandíbulas de Eido. "La Casa de los Demonios estaba acabada, hasta que Eramis la transformó. Mithrax era del Anochecer y ahora es de la Luz. Los caminos solamente se terminan cuando uno deja de andar". Ada examinó a la elixni. "No esperaba que tuviéramos esta conversación". "Para que este acuerdo funcione, lo mejor será dejar a un lado las expectativas", dijo Eido. Ada asintió y miró la suave luz que se filtraba por la ventana. "Ya te he entretenido demasiado. Gracias", dijo. Se puso en pie y extendió una mano con gratitud. Pero Eido le posó amablemente una garra en el hombro y le entregó una tabla de datos. La exo, confusa, examinó la pantalla rápidamente. "Esto lo encontramos en los archivos de Bray. No es lo que andas buscando, pero quizá te ayude a decidir qué hacer", añadió Eido. "Lo… Lo investigaré, supongo". "Bien", respondió Eido. Ada se levantó y se puso la tabla de datos bajo el brazo. Luego, vaciló. "¿Estás segura de que es buena idea darme esto? ¿Qué dirán tus aliados, si se enteran de que me estás ayudando?". "Dirán que así es la unidad", respondió Eido alegremente.

V. Hacia delante
Historia
Louis fue el primero en reparar en Ada. El pájaro inclinó la cabeza hacia ella y se movió en su poste. Hawthorne se giró y pareció sorprendida por unos instantes, antes de dedicarle una sonrisa. "Vaya, si es la solitaria armera", dijo Hawthorne. "Justo estaba pensando en venir a verte". Ada llegó a lo alto de la escalera y admiró las vistas de la Última Ciudad que tenía Hawthorne desde su puesto. "Ah, ¿sí? ¿Te ha vuelto a molestar el ruido?". Hawthorne negó con la cabeza. "Al contrario, ha habido demasiado silencio". Ada se rio. "Todo ha estado más tranquilo, últimamente". "Me alegra saberlo", dijo Hawthorne asintiendo. Sacó un pedacito de carne del saco que llevaba anudado a la cintura y se lo arrojó a Louis, que lo devoró. "Entonces, ¿cuál es la respuesta?". "Una investigación centenaria sobre programación de la materia, olvidada por un megalómano", dijo Ada. Hawthorne silbó. "Suena trepidante". "Lo está siendo. Esta experiencia me está transformando", dijo Ada alegremente. "Los cambios pueden ser para bien". Ada observaba los destellos de las naves que recorrían la extensión de la Ciudad. "La última vez que hablamos, dijiste una cosa que me hizo pensar". Hawthorne arqueó una ceja. "¿Solo una cosa? Qué decepción". "Dijiste que no sabías si tenía amistades", continuó Ada. "Ada, no era mi intención…". "Para ser sincera, las interacciones sociales nunca han sido mi punto fuerte". "Sé que puede dar miedo exponerse. Especialmente, después de todo por lo que has pasado", dijo Hawthorne amablemente. Ada sopesó sus palabras. "Quizá, pero este nuevo camino que he emprendido me resulta menos abrumador, porque estoy dispuesta a recorrerlo acompañada". "Parece que has aprendido una buena lección", dijo Hawthorne con una sonrisa. Ada miró hacia la constelación arquitectónica que brillaba en la Última Ciudad; el sinuoso entramado de caminos y el ondulante paisaje que se extendía ante ellas. Inhaló profundamente y su chasis se llenó de aire. "Debería volver abajo. Tengo mucho por hacer", dijo Ada, aclarándose la voz. Hawthorne puso una mano sobre el hombro de Ada, gesto que sobresaltó a la exo. "Vuelve pronto, Ada. Si salieras de vez en cuando de tu cueva, verías que tienes más amigos de los que crees".