
I: Ovotela
Historia
Cuando llega a Europa tiene casi el tamaño de un sacerdote arconte, pero hueco. Necesita éter. Cada vez que lo tocan, teme desintegrarse. Sus brazos se caen, su piel muda. No tiene nada más que la armadura y un telar milenario al que se aferra con sus cuatro brazos. En son de burla, lo llaman Namrask, que significa "tejedor hueco". Es como llamar a un humano "Norman", que, por lo que tiene entendido, significa "no del todo humano". Eramis segrega a todos los recién llegados para que pierdan todo vestigio de sus antiguas lealtades anteriores al Anochecer. Meten a Namrask en una pequeña madriguera excavada en el hielo. La superficie de la luna es tan radiactiva que ni siquiera los elixni pueden sobrevivir allí mucho tiempo. Los pequeños drekhs del Invierno son amables con él. Namrask se da cuenta de que lo ven demasiado débil como para ganarse la enorme ración de éter que necesita. Lo han puesto en esa madriguera para dejarlo morir. "Puedo trabajar", dice ásperamente. "Puedo fabricar vendas, capas, forros de armadura, ovotelas, absorbesúper, alfombras de oración y acuatelas. ¡Soy tejedor!". "Amigo alto", dice seriamente uno de los drekhs del Invierno. "Nadie de tu tamaño puede ser tejedor. ¿Por qué no te ofreces para luchar por Eramis?". Namrask se estremece. No puede luchar. No después de lo que vio en el Arrecife, esa cosa con su vara. No después de la SIVA, de la Grieta del Crepúsculo, de Londres. Kridis le aseguró que esta iba a ser la salvación. "Traedme unos huevos rotos y os haré una ovotela", pide Namrask. ¿Cómo vais a envolver a las crías si nadie teje ovotelas para ellas?". Los drekhs observan cómo usa los dientes para separar las cáscaras de huevo de la fina membrana que hay debajo. La rasga para crear unas largas fibras que urde en su telar, en una trama de vetas que van de arriba a abajo. Con las dos manos, sostiene el telar en su regazo. Atraviesa la urdimbre con una tercera mano. Se mueve cuidadosamente, pues cualquier movimiento brusco podría romper el ovohilo. Su vida depende de esto. Su cuarta mano pasa hábilmente la lanzadera por la urdimbre, dibujando la primera trama. El hilo no se rompe, ha logrado tejer. "Mirad", les dice a los drekhs. "Cuando Eramis acabe de conquistar a nuestros enemigos, tendremos que saber cómo hacer cosas". Se sientan y observan. Sus brazos inferiores, todavía a medio crecer, imitan sus movimientos. Se llaman Eoriks, Oeriks e Yriks: hermano, hermano y hermana. Al terminar, les entrega el pequeño trozo de ovotela. Ellos se asombran y se frotan las mejillas con ella. "Llevadle esto a la capitana del campamento", les dice. "Decidle que Namrask puede tejer si lo alimentan y le dan fibra". Es la primera vez que hace algo sin echarlo a perder en el telar.

II: Huecálido
Historia
Cuando Namrask se siente con fuerzas, utiliza cortadores de lazos no fluidos para ayudar a los drekhs a conectar sus túneles de hielo con otros hábitats. Teje esterillas de huecálido para aislar los túneles y, con ellas, algunos lugares se calientan lo suficiente como para quitarse algo de armadura. Eclosiona una nidada de huevos y las crías crecen en la madriguera. Por primera vez desde que huyó de la Costa Enredada, Namrask tiene tiempo para pensar en algo más que en su propia supervivencia. Entonces, la guerrera Filaks, una lugarteniente de Eramis, viene a reclutar. Sobre el hielo áspero y bajo un cielo negro, ella les hace ver vídeos de Eramis alzando una losa de cristal, como si fuera un muro, o atrapando a un minotauro vex en un ataúd de escarcha. "Este es el futuro de todos los elixni. ¿Quiénes de vosotros empuñaríais este poder?", pregunta. Él no levanta la cabeza. "Tú". Namrask alza la mirada, con prudencia. La pistola voltaica de Filaks le toca la frente. Deja el arma en el suelo, una señal de tregua, y hace la reverencia ireliis en señal de respeto. "Tienes el tamaño de un viejo guerrero. ¿Por qué no te acercas?". Teme que le falle la voz. Suena fuerte, pero como si fuera la voz de otro: "Vi lo que pasó la última vez que los elixni desearon un nuevo poder. Y la vez anterior, y la anterior. No quiero formar parte de ello". Filaks se encoge de hombros, coge su pistola y se aleja. "Hay muchos que están deseando ocupar tu lugar". Más tarde, Yriks intenta hacerle cambiar de opinión, pero Namrask vuelve a negarse. "La autoridad de Eramis proviene de su capacidad para conceder este poder. No puede dárselo a todo el mundo, de lo contrario, perdería su autoridad ", dice él. "¿Ha destruido sirvientes?". "Creo que sí", murmura Yriks. "Una drekh me ha dicho que despedazó a un sirviente durante un ritual de entrega de poder, solo para demostrar que las viejas costumbres deben morir". "Claro". ¿La sociedad se basará siempre en la violencia? En una estructura así, el trabajador esencial nunca es el tejedor, el agricultor o el sanador, sino el drekh: una pistola, un cuchillo, una unidad de trabajo. Asalariado para robar todo lo que pueda: el valor de una vida de drekh. Y Namrask ayudó a crear esa ley. Ruge. "Ella habla mucho de la salvación, pero no puede salvarnos a todos. Se asegura de que haya poco éter. Más del que podemos conseguir a solas, pero no todo el que necesitamos. Esa es su forma de controlarnos". "Tienes buen instinto para la estrategia", observa Yriks con picardía. "¿Quién eras antes de convertirte en nuestro tejedor hueco?". "¿Sabes cuál es el secreto del huecálido?", pregunta y coloca bruscamente un trozo en el suelo para que una pequeña cría parlanchina se siente a jugar sin congelarse en el hielo. "¿Por qué es un aislante tan valioso?". "¿Cuál es el secreto del huecálido, Namrask? ¿Por qué es tan valioso?", repite ella en tono de burla. Namrask le muestra un hilo de aquel material, de punta a punta, para que pueda ver las pequeñas burbujas de vacío que llenan el centro. "Está hueco", dice. "Pero si lo fuerzas, la nada se rompe y, entonces, pierde su utilidad".

III: Tela de estandarte
Historia
Europa es más fría que el vacío porque el hielo absorbe el calor más rápido que el vacío puro. El éter de producción local sabe a hielo y a radiación, a metal y a sangre. Namrask se da cuenta de que este no es un nuevo paraíso elixni, sino uno muy antiguo. Un paraíso que siempre cae. "Haz algo", le ruega Yriks. "Todos vamos a morir aquí si no haces nada". "No", protesta Namrask, sin levantar la vista de su telar. Teme sentir la tentación de aceptar el obsequio de Eramis si se acerca a ella. "Haz algo", le ruega Eoriks. "Encuentra a alguien que nos proteja. Seguro que conociste a grandes guerreros cuando eras importante". "No", repite Namrask. Sostiene a una cría bajo una lámpara de calor para que no pase frío. Teme que, si hace venir a alguien a Europa, este acabe uniéndose a Eramis. "Haz algo", le ruega Oeriks. "Encuentra una forma de salir de Iiropa. Si lo que dices es cierto, Eramis nos condenará a todos. ¿De qué tienes miedo?". "Vale", espeta. "Entonces, buscaré a un traidor". Por primera vez, Namrask emprende el largo camino hacia el Renacimiento de Riis. Está construido sobre las ruinas de una antigua ciudad humana y la arquitectura angular y abarrotada le hace gruñir de miedo y de sed de sangre. Recuerda cuando los elixni rompieron los muros de aquella ciudad, que no era tan última como se creía, y tomaron lo que había dentro. Sniksis y Piksis, que vigilan los aposentos de Eramis, se inclinan en una reverencia ireliis. "Ella te honrará si tú la honras a ella, oh gran Akh…". "No lo digas", protesta. No menciones ese nombre robado. "No he venido por Eramis. ¿Dónde está Variks?". Cuando Variks, el viejo juez, ve a Namrask, se ríe. "Pensé que te quedarías en ese agujero para siempre". "Tú me enviaste ahí, ¿verdad?". "Yo no, señor". Variks da una palmada en diagonal, un par de manos, luego el otro par. "Era la capitana de día, que no tenía ni idea de quién eras en realidad. ¿Te sienta bien eso de que te olviden, viejo Espada de Humo?". Namrask aprieta los dientes. Con esfuerzo, se agacha y apoya los cuatro brazos en el suelo. "Vengo a pedir un favor". "No". Variks susurra. "Mi juicio no ha cambiado, infortunio de las masas. No ofreciste piedad y no la obtendrás". "Tienes la costumbre de servir a reinas que te abandonan", susurra Namrask en respuesta. "Eramis está condenada, Variks. Está tocada por el Tornado. Como yo también lo estuve". "Ella sabe lo que arriesga. ¿Por qué si no habría enviado a su pareja y a sus crías a otra estrella?". "¿Athrys se ha ido?". Una terrible noticia. Ella era el único destello que guiaba a Eramis. "Siempre tienes una vía de escape. Quiero una parte…". "¿Ahora huyes de la batalla?". La voz del juez es ligera, sin sarcasmos, le plantea una pregunta sincera. "¿Cuándo podrá Eramis volver a hacerte poderoso?". "Ahora sobrevivo como sobreviven los drekhs. Tengo crías, me gustaría que se salvaran". "Había crías en las naves que abandonaste en Riis. Y niños humanos en Londres…". "¡Ya no soy un asesino!". "Sí, lo eres". "¡Pero no quiero serlo! Cuando estaba en el Arrecife, yo…". Namrask habla con dificultad. "Yo vi a la bestia Fikrul. Antes de eso, había visto a los Demonios simbiontes. Pero esta humillación de nuestra forma, esta venganza… Esto debe terminar, Variks. Por favor, ayúdame". "Nada de favores", sentencia el juez. "Para ti no. Sin embargo…". La mano protésica de Variks dibuja letras en la nieve. Namrask parpadea con sus segundos ojos varias veces antes de comprender que se trata de escritura humana: "Mithrax". "Le mencionaré tu nombre". Variks borra las letras. "Pero esto no es un favor". Su mano metálica toca los estandartes azules deshilachados que cuelgan de su cintura. "A cambio, quiero que vuelvas a hacerlos con tela de estandarte nueva. Te enviaré el hilo. Tejerás para mí, 'Namrask'". Namrask se esfuerza, pero el hilo de estandarte es demasiado fino y el tejido demasiado denso; no puede completar su encargo antes de que llegue la noticia de que Variks ha convocado a los guardianes, los pedazos de chatarra, a Europa.

IV: Capa de dispersión
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Namrask entra a toda velocidad en la madriguera, apresurándose a seis patas y gritando: "¡Tenemos que irnos! ¡La muerte se acerca por el hielo!". Oeriks, Eoriks e Yriks hacen correr la voz. Vienen más de los que Namrask había esperado. "Tenemos que escondernos cerca de los pedazos de chatarra y robar suministros, o la radiación y la falta de éter nos matarán". Se van. Pero, menos de una hora después, un balazo perfora la armadura de Namrask. Apenas lo nota, pero el chorro de aire y éter que estalla en el vacío lo lanzan hacia atrás. "Un guardián", advierte. "Llamará a los suyos". A los guardianes les encanta juntarse como carroñeros sobre los adversarios fáciles de asesinar y saquear. Otra bala impacta en el casco de Namrask. "¡Los que tengáis tela de dispersión, dadme vuestras capas!". A cambio de la primera capa, Namrask entrega su telar a una vándalo. "Pero tiene un valor incalculable", protesta ella. "¡No puedes regalarlo!". "Volveré a buscarlo", promete. Febrilmente, Namrask cose las capas para crear un gran manto. La sangre se derrama en el interior de su armadura. Dispara su lanzador de metralla contra el hielo para crear vapor: "¡Así!", vocifera. "¡Cread una nube y corred!". Disparan contra el hielo y huyen. Mientras la tormenta de hielo se instala en la baja gravedad de Europa, Namrask se arrastra hacia el guardián bajo un manto de invisibilidad. De vez en cuando, emerge para que el guardián lo vea y lo persiga a él en lugar de a los demás. Y el guardián lo persigue. Namrask se acurruca contra el hielo y empieza a congelarse. Los humanos son una burla larguirucha de la forma elixni: dos brazos, dos ojos, una cara de muñeca lisa y anodina, y unos diminutos dientes redondos. Se acuerda de los guardianes que ha matado, ocho veces. Nunca le han gustado los Espectros. Recuerda el olor a carne quemada. Humanos corrientes, jóvenes y viejos. Sus jardines y sus estructuras. Su estrella y su mundo. No consigue olvidar aquella orden que dio: Quemadlo. Quemadlo. Quemadlo. El guardián se acerca. Namrask derrite un charco con los radiadores de su armadura. El guardián usa la punta de su espada para examinar el hielo que hay junto al manto de Namrask. Namrask emite un pequeño sonido: "Todavía no quiero morir". Una pistola voltaica dispersa la armadura del guardián. Se gira, baja la espada y alza el fusil para apuntar a Yriks. La tonta y valiente Yriks, que sale corriendo a seis patas, como un drekh. Ella lo ha salvado. El guardián se burla de ella diciendo: "Ooh, bonyenne, tu m'as tiré! Tu voulais mon attention? Ben tu vas l'avwère!". Aparece su vehículo. El guardián se sube y persigue a Yriks. Namrask nunca vuelve a verla.

V: Acuatela
Historia
Algunos miembros de su grupo vuelven y lo encuentran medio congelado en el hielo, moviendo sus extremidades febrilmente y llamando a Yriks. Mientras lo sacan de ahí, una nave se eleva en la distancia, brilla mientras entra en modo sigiloso y desaparece. Están perdidos. "¿Por qué habéis vuelto?". Namrask gimotea. "Idiotas. Deberíais haberos quedado con los demás… Escapar…". "Tenía que devolverte el telar", dice la vándalo. Lo coloca sobre su pecho herido. Él grita. Van pasando los días y la radio emite con dificultad lejanas transmisiones. Datos tácticos encriptados entre sirvientes, sermones de Eramis, el canto del mundo rojo que hay en el cielo y, de vez en cuando, el cacareo de las lenguas humanas que se jactan de una nueva conquista, o se quejan de algún obsceno combate de gloria celebrado por diversión. Filaks ha muerto. Praksis también. La sacerdotisa Kridis ha muerto, Sniksis y Piksis han muerto con ella, y el sirviente primario está destruido. Eramis está muerta, consumida por su propio poder. Una de las nativas del antiguo Riis. Nunca habrá otra como ella. Namrask sabía que iba a terminar así. Lo ha vivido una y otra vez. Su pueblo caído ha aprendido tan bien lo que es la derrota que ahora se derrota a sí mismo. Enfurecido, araña el hielo. Para su grupo de supervivientes perdidos, fabrica refugios con acuatela, una piel sintética con gruesas vejigas rellenas de hielo para bloquear la radiación. Cuando la herida le duele mucho, insensibiliza con el hielo. Turrha lo ve, pero no dice nada. Él lo agradece. "Debemos encontrar un transmisor", dice. "Debemos pedirle a Misraaks que vuelva". Pero los supervivientes siguen en Europa. Buscan a Namrask, junto a sus crías y con poco éter. Y, si ellos encuentran a Namrask, también pueden hacerlo los que quieren matarlos.

VI: Superconductor
Historia
"Mi padre vendrá a buscaros", promete la voz de la radio. "Su nave es veloz y su navegación segura. Se dedica a estudiar los movimientos de la Luz, y esa Luz viajará incluso hasta vosotros". No queda suficiente éter. Entre todos, deciden que las crías deben recibir todo el suministro. Los demás no reciben más que unas gotas. Aun así, se mueren. Namrask se aferra a la voz de la radio y hace que los demás la escuchen. "Ella es tan joven como algunos de vosotros", dice un día. "No es mucho mayor que una cría". "Mi padre volverá a buscaros", dice la voz. No tiene sentido responder, pero lo hace. "¿Quién es tu padre? ¿Cómo puede estudiar la Luz, si se nos niega?". Ella pasa un buen rato sin responder, pero puede que no sea culpa suya. El receptor está dañado, así que le cose un parche con hilos superconductores. Cuando responde, parece molesta. "Soy Eido, hija de Misraaks, kell de la Casa de la Luz. Él está cerca de la Luz porque está cerca de los portaluces. Mi padre camina junto a los guardianes del Viajero". Namrask se arrodilla, paralizado por el miedo. Arranca el parche de la radio y se aleja. "¡No puedo ir con ellos!", gruñe. Oeriks lo llama, pero Namrask está demasiado lleno de furia y de miedo. Los guardianes seguro que lo reconocen si se coloca bajo el Viajero.

VII: El tiempo es un tejido
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"Aquí Misraaks". Un nombre sin título. "Aquí Misraaks. Los que renuncien a la violencia de la Casa de la Salvación y busquen refugio en la Casa de la Luz, encontrarán mi esquife junto al Abismo de Asterión. Traed solo lo imprescindible. Los supervivientes tendrán prioridad sobre las pertenencias. Activar repetición del mensaje". "Abisterión", dice Turrha. "Conozco ese lugar. Podemos escondernos en unas cuevas cercanas". "Vale", dice Namrask. Coge su telar. Todo el mundo lo mira y él lo entiende: los supervivientes tienen prioridad sobre las pertenencias. "Sin esto, no soy nada", protesta. Oeriks y Eoriks se lo quitan. "Yriks no murió para salvar un telar". Después de dos días en la cueva, Namrask ve que su calor está sublimando el hielo. Con curiosidad y débil por la falta de éter, se arrastra hasta el muro más cercano y observa. Namrask mira hacia el interior de otra cueva. Y otra, y otra. Las infinitas cuevas revelan un número infinito de Namrask, Oeriks, Eoriks, Turrhas, crías y supervivientes. Algunos de ellos están muertos y congelados en el hielo, otros han sido cocinados por los cabal, algunos se abalanzan para salir de la cueva mientras los guardianes los acribillan a balazos. "Salid", dice Namrask con dureza. "¿Qué?". "¡Arriba!", brama. "¡Arriba! ¡Tenemos que irnos!". Al percibir el terror en su voz, recogen a las crías y corren. Como si la Luz lo hubiera dispuesto todo y la Gran Máquina volviera a velar por ellos, escuchan una transmisión: "Aquí Misraaks. Me estoy acercando con sigilo. Llegaré al Abismo de Asterión en cinco minutos. Si necesitáis refugio, venid a mí. Si todavía sois leales a la Casa de la Salvación, entonces, en nombre de las viejas leyes, pido salvoconducto. Esta es una misión de paz". Namrask busca la distorsión parpadeante del camuflaje en contraste con el cielo negro. ¡Allí! Misraaks viene de Júpiter y usa las emisiones del planeta para ocultarse. "Deberíamos dispersarnos", le dice a Turrha. "No es prudente amontonarse en una zona de aterrizaje…". La radio emite un chirrido estridente, un sonido horrible. Un rayo máser vex atrapa al esquife en pleno vuelo y lo estampa contra el hielo. El propulsor, el aire y el éter estallan en llamaradas. Namrask no se sorprende. La Luz no los toca, la Gran Máquina no vela por ellos. "Tenemos que seguir", dice. Extiende la mano hacia Turrha, para tocarla. "Deberíamos ir a…". Una niebla blanca la envuelve. Pequeñas descargas eléctricas cubren su armadura. Ella lo mira y suelta un grito ahogado. El teletransporte vex envía a un goblin dentro de ella, que destroza su cuerpo. La máquina, con su indiferente ojo rojo, alza su arma para disparar. Oeriks muere casi al instante, abatido por un disparo de azote. Eoriks salta hacia él e intenta capturar la bocanada de éter que se escapa tras su muerte, algo que la antigua creencia llamaba la salida del alma, como si eso pudiera mantener vivo a Oeriks. Pero Eoriks también muere. Namrask se interpone entre las crías y los vex. Si con eso puede ganar un instante más, entonces, ese es un legado mejor de lo que jamás… "¡A mí!", grita una voz joven. "¡Elixni, a mí!". Al final Misraaks ha venido. Y no ha venido solo. La Luz lo acompaña. Y un guardián.

VIII: Y también la Luz
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Se dirigen hacia la Última Ciudad, bajo la Gran Máquina. "¿De qué tienes miedo?", le pregunta Misraaks a Namrask. "¿Por qué no tienes miedo?", pregunta Namrask en respuesta. La joven lo desconcierta. "¿Qué vida vamos a tener allí? Querrán vengarse de nosotros. Y con razón, ¿no?". "¿Hay algo que deba saber?", pregunta Misraaks con brusquedad. "No", gruñe Namrask, frotándose las rodillas desnudas que sobresalen de su caparazón. "Sí. Yo fui…", pero se detiene. "No. No puedo decírtelo, porque entonces tú se lo dirás a los humanos. Y no te pediré que mientas". "No quieres ser el que eras antes", supone Misraaks. "¿Quieres aprender un nuevo oficio?". "Quiero tejer", dice Namrask. "Todavía no soy muy bueno. Pero podría llegar a serlo". "Tejer se parece a la manipulación simbionte", dice Misraaks pensativo. "Los simbiontes trabajamos con metal y carne, no con urdimbres y tramas. Pero el objetivo es el mismo: nutrir la vida con el arte, y nutrir el arte con tu vida". "No confío en los simbiontes", refunfuña Namrask frotándose el pecho. ¿Qué haría un simbionte con él? ¿Llenarlo de cáncer mecánico para que vuelva a estar fuerte? ¿Darle éter corrupto, la locura imperecedera? Los ojos principales de Misraaks brillan. "Soy un tipo de simbionte más antiguo, de los que buscan la Luz en todas las cosas. Quizá, el tipo adecuado de simbionte pueda entretejer a dos seres, como intentaron hacer los insomnes en el Arrecife". "Pero la Luz no está en todas las cosas. Nos ha abandonado. ¿Para qué andar buscando la Luz, si está claro a quién favorece?". "Hace tiempo, estuvo en nosotros", le recuerda Misraaks. "Podría volver a estarlo". Namrask recuerda aquellos tiempos, a través de una distancia inmensa y bañada en sangre. "Riis… estuve allí, ¿sabes?", susurra Namrask. "Durante el Tornado. Tras la caída de Chelchis, envié naves para seguir a la Gran Máquina. Abandoné a todas las casas que no podían combatir. Ordené a mi flota que diera caza a la Máquina. Muchos nos siguieron. Cada nave empezó su propia guerra contra los humanos, pero puede que el primero fuera yo". Misraaks lo mira fijamente. Tras una pausa, dice: "Lo entiendo. Nuestra gente también tiene miedo del Santo. Pero dudo que él supiera sus nombres". *** Namrask se instala en la zona de la Última Ciudad que ha sido entregada a los elixni. De día, comparte un telar con otros. De noche, susurra los nombres de los que ha perdido hasta que se duerme. Duerme bien hasta el día en que un humano le grita: "¡Comeniños!". Namrask se gira, pero quiere gritar, hablar sobre el aire cerrado, sobre la vida de confinamiento de una nave espacial, sobre las crías que sobrevivieron y las duras decisiones de los que murieron. Ahora desearía haber sido lo suficientemente depravado como para pensar en devorar niños humanos. Pero ve a los jóvenes elixni, como Eido. Quiere llorar por su promesa, por su esperanza. A Eido no le cae bien y lo evita, es mejor así. Con el tiempo, Namrask aprende a tejer para los humanos. Lo que más le gusta es hacer fieltro, pero también aprende a trabajar la seda. Le gusta el telar de seda y, en ocasiones, lo usa de forma manual, sacando las hebras de las hileras con una mano, luego con otra, y manteniendo la tensión constante y uniforme para crear el mejor tejido. Le gustaría poder tejer con la propia Luz, como los guardianes hechiceros, que crean tejido de campo de forma secreta. Tal vez Misraaks aprenda a hacer lo mismo. Un día, una máquina se acerca a su puesto en el mercado. Nervioso, pasa la mano por su carcasa. Las máquinas humanas se llaman "exos". Le recuerdan a los vex. Le resulta más fácil ver sus formas acorazadas que la inquietante suavidad de los humanos y los insomnes de dos almas. Esta exo lleva un chal colorido. "Te reconozco", le dice la máquina. Él se estremece. "Namrask vende telas", gruñe, fingiendo no entender. "Namrask". Ella se ríe por lo bajo. "Soy vieja, tejedor hueco. Casi tan vieja como tú, creo. Pero, a diferencia de la mayoría de los míos, yo me acuerdo de Londres y de ti". Él alza un trozo de tela entre ellos. Ella lo coge de dos de sus manos: el cuerpo de máquina de ella es más cálido que el suyo. "Las líneas temporales se crean a partir de cada momento. Vivimos en un hilo tejido en un enorme tapiz. Pero lo que ha ocurrido entre nosotros, en este hilo, no se puede cambiar. No puedes esconderte. Eres un carnicero. Tú y yo todavía estamos en guerra", espeta ella. Le suelta las manos. Él la mira fijamente, a duras penas puede respirar. De su boca emana vapor de éter. Alegremente, le da unos golpecitos en las cuatro manos. "Me pusieron el nombre de una antigua diosa", añade. "Una diosa que tenía tantos brazos como tú. En sus manos estaban el dharma, el kama, el artha y la moksha. La ley, el deseo, el significado y, por último, la liberación. La libertad de la guerra de la muerte y el renacimiento. ¿Tu renacimiento como Namrask te ha liberado?". "Namrask vende telas", repite él. "Tal vez", dice con tono burlón. "Pero no creo que la moksha te haya otorgado el verdadero renacimiento". "No he olvidado lo que hiciste cuando eras Akileuks. Y nunca lo olvidaré", susurra. Él había robado ese nombre, como cualquier otro botín, y lo había usado. El nombre de un héroe humano, un gran guerrero y un famoso corredor: Aquiles, que significa "desgracia para los enemigos".